jueves, 24 de noviembre de 2011

La tragedia del tomate

Por Verónica Wiñazki para Libre



La ciencia lo hizo más lindo y resistente, pero caro y sin sabor. El movimiento platense de salvación
*.

*Y una anécdota personal: Hace algunos años (siete, tal vez) asistí casualmente a una reunión de científicos y líderes políticos africanos que discutían algunos aspectos de la modificación genética de los alimentos. Me contaron este drama: los científicos habían conseguido, mediante manipulación, que los bananeros dieran una fruta que duplicaba su tamaño habitual. Consecuencia: las palmeras no conseguían sostener los cachos y, para que no se vinieran abajo, debían ser apuntaladas con varas para las cuales... había que desforestar la selva. Lo hicieron, claro, y se quedaron sin selva.
En la misma ocasión me contaron la "prueba" para saber si el tomate está bien modificado o no: se lo deja caer, ya maduro, desde lo alto y se mide el radio de dispersión de su reviente. Si es demasiado amplio, es obvio que no servirá para las verdulerías y dicen: pónganle más (de lo que sea).
Les dije a esa gente psicótica que el problema de la alimentación nunca ha sido científico, sino político y les pedí que se dejaran de joder arruinando las cosas bellas y sabrosas.


martes, 22 de noviembre de 2011

Hefeklöße dulces

Mi mamá es totalmente criolla y nunca entendió que mi abuela pudiera considerar esta variante de Hefeklösse, dulces, una comida.
Yo presumo un equívoco lingüístico, e insisto (le insisto) que la receta me parece deliciosa para acompañar el te, en todo caso.
La masa se prepara de igual forma que la anterior (en este caso se puede activar la levadura con leche tibia), pero lleva tres (o cuatro) huevos, cuatro cucharadas de azúcar y un poco de vainilla para aromatizar (o lo que se prefiera). Se deja leudar la masa (bastante blanda) por quince minutos, y luego se le agregan 50 gramos de manteca fría trozada y se amasa bien agregando la harina necesaria hasta que la masa quede esponjosa (y no más).
Cada bollito de cinco cms. aproximadamente puede rellenarse con una ciruela pasa (o algun otro relleno, sin carozo). Se dejan leudar los bollitos por media hora y se cocinan al vapor (para que queden secos) durante 30 minutos. Se pintan con apenas de manteca derretida o leche y se les pega azúcar morena, o canela, o nueces molidas, o semillas de amapola, en fin, lo que haya a mano...
Si uno no tiene una "vaporiera" (es mi caso) se pone a hervir agua en una cacerola amplia, se tapa la boca con un repasador enharinado o un cesto de bambú (en fin: ingenio, que estas cosas se hacen desde que existe el fuego...), donde se colocan los Klösse y luego, se tapa todo con un recipiente de vidrio. No es el tipo de cosa que a mí me guste cocinar, pero si hay que impresionar a alguna tía, esto es un éxito (y si es una tía alemana que vive en Kreuzberg, insístanle en que todo es "bio").





martes, 15 de noviembre de 2011

Hefeklöße

He aquí una de mis comidas predilectas: Hefeklöße (literalmente: bollos de levadura) con salsa.
Es una comida invernal, de modo que tengo el derecho de pedirla dos veces: para mi cumpleaños y para el día del padre. Se trata de un plato de pastas que podría describirse como "pancitos hervidos".
Repito la receta de mi mamá (aunque ella se reserva el derecho a la "inspiración del momento"), que es la única verdadera en este punto (ella la heredó de mi abuela paterna, pero está copiada con la letra de mi tía, de modo que me sumerjo en aguas de profundidad insospechada).
Para los bollos, hay que disolver 50 (cincuenta) gramos de levadura en agua tibia con una pizca de azucar. El leudado se agrega a 3/4 kilos de harina, donde además se vuelca un huevo ("yo a veces le pongo dos", dice mi mamá, arruinando toda posibilidad de copia), sal y agua tibia hasta formar una masa tierna (hasta que no se pegue a los dedos, ni un gramo de harina más). Se deja levar y luego se forman los Klösse (más bien chatos, de cinco o seis centímetros de diámetro), que vuelven a levarse sobre un repasador limpio espolvoreado con harina.
Se cocinan en agua hirviendo con cuidado suficiente para que no se pongan duros: deben salir cocidos y esponjosos.
Se sirven de inmediato con abundante salsa.
Para la salsa: se doran costillitas de ternera (chicas) cortadas en trozos, se retira la carne y se desglasa el fondo de cocción con agua. Se agrega un poco de roux suave (mezcla de harina y manteca derretida que se usa para espesar), se agrega la carne de nuevo y un poco de agua caliente, dos cebollas cortadas en mitades con dos clavos de olor cada media cebolla y 2 hojas de laurel, sal y pimienta. Al final, cuando la carne ya está totalmente cocida y las cebollas tiernas ("también pueden agregarse al comienzo"), se agrega crema y una o dos rodajas de limón. Si hace falta, se corrige la liga con un poquito de harina.
No he encontrado ninguna fotografía para ilustrar esta receta lo que me hace sospechar una vasta conspiración familiar. De todos modos, el plato bien vale el engaño. Después: la siesta.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Alioli

Aunque el nombre es catalán (all i oli, "ajo y aceite"), se trata de una salsa muy popular en todo el Mediterráneo (en África se llama Toum) y que se remonta a la época de los romanos (aunque se supone que los cocineros imperiales la tomaron de la cocina egipcia) . Es fácil de hacer, pero tediosa, como toda emulsión (y esto es básicamente una emulsión de ajo y aceite). Proporciones: cuarto litro de aceite de oliva de primerísima calidad para seis dientes de ajo, sal y algunas gotas de limón.
Se quitan los brotes de los dientes de ajo y se machacan bien en el mortero (ay, tiene que ser de mármol o cerámica: material no poroso) con unas gotas de limón y un poco de sal: el limón ayudará al proceso de emulsionado e impedirá que la salsa se corte. Una vez bien machacados y jugosos los ajos, se va a agregando gota a gota el aceite de oliva, sin dejar de revolver siempre en la misma dirección hasta que se vaya formando una pasta de consistencia parecida a la mayonesa (pero no exactamente igual).
Al final (¿una hora después?) se puede rectificar la sazón con un poco de sal y, acaso, unas gotas de limón, con mucho ciudado.
¿Para qué tomarse semejante trabajo? Bueno: unas papas al alioli son insuperables, y le queda bien a cualquier plato de pescado, algunas carnes, ensaladas, en fin: lo que se quiera (hay incluso un arroz negro que condimentado al alioli y con cascarita de limón sutil rallado es una delicia).
Dicen que se puede hacer con batidora eléctrica. Y muchas recetas agregan una yema de huevo lo que claro, es hacer trampa: eso es una mayonesa con ajo y, además, la yema de huevo obliga a consumir la salsa en el día. Yo no me atrevería a intentar ni una cosa ni la otra.

martes, 8 de noviembre de 2011

Bondiola con salsa de mostaza y cerveza

Ya se sabe que la bondiola de cerdo, bien preparada, es un éxito asegurado. Hice esta bondiola a la cerveza y salió muy bien.
Primero, rellené la bondiola con cuatro dientes de ajo y la sellé primorosamente, con un poco de aceite en la sartén, mientras calentaba el horno. Salpimenté la carne por todos sus flancos y la dispuse sobre una asadera con apenas de aceite. Mezclé mostaza de dijón (sí o sí, no me vengan con medias tintas) con un poco de cerveza. Con esa pasta chirle bañé la bondiola y luego vacié el resto de la lata de cerveza (digamos, aunque yo usé Negra Modelo) en la asadera. Al horno, no muy fuerte, durante dos horas. A medida que la cocción avanza se va agregando cerveza y la carne se da vuelta una o dos veces (no más). Antes de apagar el horno, todavía le agregué unas semillas de mostaza. Dejé la bondiola en una asadera limpia en el horno caliente y apagado y puse a reducir los jugos de la cocción que, finalmente, monté con una buena porción de manteca. ¿Adivinan qué? No sobró nada.



Mi versión se parece más a la de la derecha, pero no me gusta servir la carne ya cortada (la troncho en la mesa) y por eso puse las fotos de ambas versiones. A las dos les falta la salsa de mostaza y cerveza, pero imagínenla.
Acompañamientos: un buen chutney, unas espinacas con queso.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Schinkenflecken

No soy amigo de cocinar con sobras, pero lo hago cuando el resultado: a) es tanto o más sabroso que la comida original, b) lleva un nombre (sí, tambien en la cocina soy nominalista).
Por ejemplo: los buñuelos hechos con la espinaca o el arroz que sobraron del día anterior. En este caso, la receta se llama Schinkenflecken y su base son los fideos con manteca que sobraron "de anoche" (o de dos noches previas: más ya es de entreguerras).
Como su nombre lo indica, los Schinkenflecken llevarán "manchas de jamón", es decir: jamón cocido levemente tostado (o, como yo los prefiero: panceta ahumada totalmente desgrasada y crocante).
Hacerlos es tan sencillo....: se ponen a calentar los fideos sobrantes en una cacerola mientras la panceta se dora. Cuando están calientes se les echa encima un huevo o dos (según la cantidad de fideos) y se revuelve enérgicamente, tratando de que el huevo coagule preferentemente sobre la pasta y no en el fondo de la cacerola (de todos modos, se raspará el fondo sin conmisceración alguna). El huevo debe quedar cocido pero no reseco. Finalmente, se sirve con los pedacitos de panceta o jamón mezclados y el clásico toque de pimienta recién molida.
Recetas más ortodoxas ponen la mezcla en el horno, con crema y queso parmesano por encima para que gratine (y los fotógrafos exigirán, por manía, el "verde" espolvoreado), pero creo que no vale la pena tanto trabajo si el manjar es instantáneo.
Otra opción es aumentar la cantidad de huevos hasta obtener una tortilla.
Mis Schinckenflecken (comida de infancia) funcionan con cualquier tipo de fideos, pero siempre los he hecho con fideos largos.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

Ajo

Si a alguien le gusta cocinar sin ajo y sin pimienta, que siga de largo. Es más, que deje de cocinar. No se puede cocinar sin ajo y sin pimienta.
Yo detesto pelar ajos (pero el ajo seco queda espantoso, salvo en alguna sopa), así que estoy siempre atento a cualquier invento que me salve del tedio. En algunos casos, se puede usar puré de ajo, pero en otros, no.
Vimos en Estambul un picador de ajos que parecía salido de un sueño: no de aluminio, sino de acero inoxidable, muy design, con la parte del colador que se quitaba (para mejor limpiar el adminículo de esas pieles desagradables que siempre dificultan el proceso).
Nos trajimos dos, uno para regalarle a mi mamá y otro para nosotros, y con las prisas nos olvidamos de guardarlos en las valijas que íbamos a despachar así que nos fastidiaron en todos los aeropuertos.
Cuando lo quise usar, casi me mato. Resultó que el artefacto no funciona. Por alguna razón que no termino de entender, el martillito no alcanza a pisar el diente de ajo. De modo que tuve que volver al horrible adminículo de siempre. Con fotitos lindas, no me van a engañar.