viernes, 15 de marzo de 2013

Con la pimienta no se jode

Papalmente feliz (o felizmente papal), salgo a la calle tempranísimo: "Al MALBA, al MALBA". Atravieso Buenos Aires en hora pico modulando mis recuerdos juveniles de canto gregoriano.
No encuentro donde estacionar (en el MALBA me niegan que puedan acomodar mi Papamovil por una hora y media) y me voy al Paseo Alcorta ("A Estacionar, a Estacionar").
Salido del MALBA, aprovecho para ver si consigo (en las tiendas del supracitado) algún cubrecama nuevo, como ofrenda para las celebraciones del Segundo Aniversario de Nuestros Esponsales, que se acerca pronto (muy pronto).
Me ofrecen unas colchas horribles, prácticamente todas en colores pastel (cosa de que el pelo de las gatas se note bien notado), más adecuadas al catrecito de una adolescente idiota que al tálamo de dos locas que acaban de pintar su casa de plateado. Eso sí,  carísimas (doce cuotas fijas: "Alabaré, alabaré"). Como tengo que ir al médico, paso por el Alto Palermo, donde la situación se repite: el autoritarismo de los pasteles, esta vez subrayado por la quinta imbecilidad de la mañana. "Mi cama es como ésa", digo. Y la vendedora responde: "¿Seguro? Porque ésas son camas nuevas. Son las que tienen en la Casa Blanca". "Entonces no debe ser", le digo, "porque la mía no tiene olor a Fin del Mundo". Y me doy vuelta sin saludar.
Como ya tengo hambre, me acerco a un negocio de comidas y hago mi pedido. Cuando llega la orden pido pimienta (incienso, mirra y miel no se me ocurrió). Me contestan: "No trabajamos pimienta". 
Desconcertado (mecum omnes plangite!), repregunto. "No tra-ba-ja-mos pi-mien-ta", me repiten, como si fuera tarado, perverso, turista o escapado del asilo. "Entonces devolveme la plata", digo.
Como ya se han dado cuenta de que estoy en estado de misticismo y de canturreo en latín, me devuelven mi dinero y me retiro rumbo al médico, a quien le cuento mis pesares matutinos.
"Entonces no deberías salir de tu casa", me dice. Precisamente.

lunes, 11 de marzo de 2013

De catering

Habíamos organizado una cena de despedida para una amiga que volvía al remoto y frío límite de Europa en el que vive y tuvimos que resolver el entrevero al estilo catering. ¿Cómo no ofrecerle una buena carne argentina, por última vez? Pero había que imaginar una solución que no implicaba cuchillo y corte. Éramos demasiados, para poner la mesa.
El lomo al horno con papas se transformó en versión de catering, así:
Primero herví ligeramente las papas y las batatas en agua con caldo de verduras y las puse a enfriar. Luego las corté en cubos de dos por dos (cms.) y las freí (junto con dos dientes de ajo) hasta que quedaran crocantes (sin la doble cocción, habrían quedado crudas por dentro). Salpimenté y reservé. 
Corté el lomo en cubos de dos por dos y los salté con unas gotas de aceite de oliva en un wok bien caliente. Recién cuando la carne estuvo dorada, salpimenté, agregué un poco de mostaza de Dijon y semillas de mostaza (se pueden agregar dos cucharadas de agua como para generar una apenas salsa). Volqué las papas sobre el lomo y revolví hasta que el manjar estuvo listo para los exigentes paladares que nos rodeaban.
Guarniciones: espinacas con queso, chutney, chambota.