domingo, 23 de junio de 2013

Haciendo cáscara

Pocas cosas tan fastidiosas como rallar cáscara de limón o de naranja para agregar a una preparación.
La mejor opción será siempre tener una herramienta específica:


Pero a veces las circunstancias quieren que estemos en una cocina no muy bien provista de herramientas y tengamos que preparar un budín de pan para Juan Batalla.
Las opciones, en este caso, son dos:
1) pelar con cuidado la naranja (o limón) para que sólo salga la cáscara externa y luego hacer una fina juliana y, después, un picadillo de cáscara, una cascarilla.
2) rallar la naranja con el rallador de cocina y, ante el desconsuelo de que toda o gran parte de la ralladura ha quedado entre los dientes (o como se llamen) del rallador, proceder a 2.1) poner el rallador bajo el chorro de la canilla de modo que el agua arrastre el rallado hacia un pote limpio (un plato hondo, digamos). 2.2.) colar el agua anaranjada para recuperar la cáscara rallada.


Por supuesto, están también estos productos, en los que yo no confiaría demasiado:



domingo, 5 de mayo de 2013

Cumpleaños

Mi mamá cumple, hoy, como todos los años, y había que pensar en un regalo a) que le gustara, b) que le fuera útil. Regalarle ropa es imposible porque más allá del gusto, es imposible adivinar el talle (y de las prendas para las cuales el talle es flexible, como un abrigo, ya le hemos dado bastantes, que son como un ejército de reserva que duerme en los roperos).
El utensilio de cocina es siempre una buena solución, pero ella tiene casi todos los que se necesitan en una vida entera de dedicación a la cocina). Ah, pero la cocina en sí está vieja, el horno no cierra bien y es horrible. Decidimos desafiar su ira (nos va a acusar de que no es un regalo "para ella", sino para "la casa", como si no fueran un sistema de conexiones indiscernible). 
En fin, fuimos a San Juan y Boedo donde nos encontramos con la sorpresa de que el espacio que ella tiene es diminuto (apenas 51 cms. de ancho) y que las cocinas verdaderamente lindas y buenas tienen por lo menos 55 cms. de ancho). ¿Todas? Sí, todas, salvo una que es como la cocina de casa (un monstruo de acero inoxidable con horno con ladrillos refractarios), sólo que más chica (aunque un cm. más ancha que el avaro espacio disponible: habrá que robar un cm. a la pared porque mover la mesada me parece inverosímil). 
En todo caso, con la cocina nueva, seguramente el invierno nos deparará más de una sorpresa culinaria. Todo esto para decir: si uno gusta de usar el horno (como es mi caso, o el de cualquier persona que cocine), hay que tener un horno como éste: con ladrillos refractarios que distribuyen parejamente el calor (la hipótesis de que se puedan hacer pizzas sobre la piedra, en fin, es secundaria).



sábado, 4 de mayo de 2013

Huevos escalfados

Existiendo la posibilidad de decir "escalfados" sólo un afrancesamiento mal avenido explica que sigamos diciendo "poché". 
Como una amiga muy querida retornaba a su lejano redil, donde la espera una manada de gatos de dimensiones inconmensurables, decidimos prepararle un banquete de despedida que incluía una entradilla bien gatuna, a base de rúcula (los gatos la adoran y se frotan contra las bolsas de la verdulería cuando la compramos), salmón ahumado y huevos escalfados.
En este punto, la cuestión técnica es el único escollo.
El plato se monta previamente con salmón ahumado en lonjas cortado en pedazos adecuados para llevarse a la boca sin tener que usar cuchillo. Sobre el salmón, un nido de rúcula ligeramente aderezada (para que las hojas no se quemen mientras se completa la delicada preparación). Y encima de la rúcula, el huevo escalfado.

Para hacer los huevos escalfados, usamos la siguiente técnica (uso el plural porque es necesario un ayudante): se empaquetan los huevos en papel film (yo los sazono dentro del paquete, pero hay gente que prefiere hacerlo una vez que están cocidos: sal, pimienta, un toque mínimo de perejil picado muy fino o cebollín (o ciboullete, si se prefiere el galicismo) y se colocan en agua hirviendo durante... bueno, acá la cosa alcanza una segunda complicación. Un huevo escalfado necesita de cuatro minutos para obtener su punto de cocción óptima (la clara blanca, la yema líquida), pero como se sigue cocinando, algunos sugieren sumergir el huevo ya cocido en agua helada y recalentarlo en agua caliente al momento de servirlo. Es demasiado estrés. 
Lo que hicimos fue cocinar los huevos durante tres minutos y dejar que continuaran la cocción mientras deshacíamos los paquetitos (operación compleja que requiere de una tijera a mano y manos rápidas). El resultado se sirve con el huevo tibio y es algo más o menos como lo que se ve a continuación (con un poco más de rúcula, naturalmente):



Para acelerar el proceso, conviene tener los platos semimontados y los huevos ya empaquetados en la heladera. Los puristas descartarán el papel film y harán los huevos al estilo bareback, en agua ligeramente avinagrada, colocando el huevo crudo en el centro de un remolino artificialmente producido en la olla.


viernes, 15 de marzo de 2013

Con la pimienta no se jode

Papalmente feliz (o felizmente papal), salgo a la calle tempranísimo: "Al MALBA, al MALBA". Atravieso Buenos Aires en hora pico modulando mis recuerdos juveniles de canto gregoriano.
No encuentro donde estacionar (en el MALBA me niegan que puedan acomodar mi Papamovil por una hora y media) y me voy al Paseo Alcorta ("A Estacionar, a Estacionar").
Salido del MALBA, aprovecho para ver si consigo (en las tiendas del supracitado) algún cubrecama nuevo, como ofrenda para las celebraciones del Segundo Aniversario de Nuestros Esponsales, que se acerca pronto (muy pronto).
Me ofrecen unas colchas horribles, prácticamente todas en colores pastel (cosa de que el pelo de las gatas se note bien notado), más adecuadas al catrecito de una adolescente idiota que al tálamo de dos locas que acaban de pintar su casa de plateado. Eso sí,  carísimas (doce cuotas fijas: "Alabaré, alabaré"). Como tengo que ir al médico, paso por el Alto Palermo, donde la situación se repite: el autoritarismo de los pasteles, esta vez subrayado por la quinta imbecilidad de la mañana. "Mi cama es como ésa", digo. Y la vendedora responde: "¿Seguro? Porque ésas son camas nuevas. Son las que tienen en la Casa Blanca". "Entonces no debe ser", le digo, "porque la mía no tiene olor a Fin del Mundo". Y me doy vuelta sin saludar.
Como ya tengo hambre, me acerco a un negocio de comidas y hago mi pedido. Cuando llega la orden pido pimienta (incienso, mirra y miel no se me ocurrió). Me contestan: "No trabajamos pimienta". 
Desconcertado (mecum omnes plangite!), repregunto. "No tra-ba-ja-mos pi-mien-ta", me repiten, como si fuera tarado, perverso, turista o escapado del asilo. "Entonces devolveme la plata", digo.
Como ya se han dado cuenta de que estoy en estado de misticismo y de canturreo en latín, me devuelven mi dinero y me retiro rumbo al médico, a quien le cuento mis pesares matutinos.
"Entonces no deberías salir de tu casa", me dice. Precisamente.

lunes, 11 de marzo de 2013

De catering

Habíamos organizado una cena de despedida para una amiga que volvía al remoto y frío límite de Europa en el que vive y tuvimos que resolver el entrevero al estilo catering. ¿Cómo no ofrecerle una buena carne argentina, por última vez? Pero había que imaginar una solución que no implicaba cuchillo y corte. Éramos demasiados, para poner la mesa.
El lomo al horno con papas se transformó en versión de catering, así:
Primero herví ligeramente las papas y las batatas en agua con caldo de verduras y las puse a enfriar. Luego las corté en cubos de dos por dos (cms.) y las freí (junto con dos dientes de ajo) hasta que quedaran crocantes (sin la doble cocción, habrían quedado crudas por dentro). Salpimenté y reservé. 
Corté el lomo en cubos de dos por dos y los salté con unas gotas de aceite de oliva en un wok bien caliente. Recién cuando la carne estuvo dorada, salpimenté, agregué un poco de mostaza de Dijon y semillas de mostaza (se pueden agregar dos cucharadas de agua como para generar una apenas salsa). Volqué las papas sobre el lomo y revolví hasta que el manjar estuvo listo para los exigentes paladares que nos rodeaban.
Guarniciones: espinacas con queso, chutney, chambota.