martes, 18 de agosto de 2015

Cuatro pasos

Sólo una cosa le reprocho a Nigel Slater, cuyo programa sigo con voracidad de aprendiz: el hecho de que no sazone sus preparaciones. Me pone mal, paranoico. Intuyo que le han dicho: no uses sal, porque hay muchos hipertensos mirándote. Y entonces él no pone ni sal ni pimienta. ¿Cuánto habrá que poner en sus recetas? Seguramente él presupone que cualquier cocinero sabe sazonar, pero no siempre es así, sobre todo tratándose de ingredientes que no estamos acostumbrados a usar.
De todos modos, puse manos a la obra. Ayer lunes recibíamos gente del norte. Decidimos hacer un menú de cuatro pasos, porque la entrada y el principal eran recetas nuevas, no probadas, copiadas de Nigel y no quería jugarme a que todo me saliera mal.
Entonces, usé la sopa de verduras que había hecho el día previo, y la serví tal como la hice, sin procesarla, sólo con crutones agregados. Pequeñas porciones, para que no se me llenaran pronto.
De postre, mi clásico budín de pan. Como había amigos enojados porque no los había invitado (la mesa es chica, lo siento), hice dos, para una cena futura. Salieron deliciosos.
Como segundo plato, esta invención: una ensalada de trucha ahumada con tomates frescos, pepinos sin semilla, cebolla colorada y palta. Para el aderezo hay dos opciones: vinagre de jerez o jugo de lima. Nuturalmente, opté por la segunda (con un poco de aceite de oliva, sal y pimienta, por cierto). Y algunas hierbas frescas (apenas) del cantero inundado de la terraza. Y unos trocitos de queso azul que había comprado para un risotto que decidí no hacer. Una vez más, porciones pequeñas, porque el plato fuerte estaba por llegar. Los comensales pidieron más, y no había.


Puse a marinar desde la mañana una bondiola de cerdo de porciones generosas en grosellas o frambuesas pisadas un poco (lo mejor sería la variedad menos dulce que se consiga. Yo usé frambuesas y el resultado fue un poco demasiado dulce), con sal y pimienta negra molida.
Dos horas antes de la cena puse la preparación en el horno precalentado. La dejé que se cociera tranquilamente, mientras preparaba la guarnición: batatas y manzanas asadas cortadas en pedazos con salvia y tomillo (que saqué del congelador).
Cuando el cerdo esté casi listo (bien cocido, pero todavía jugoso), se lo retira y se lo pone en una asadera limpia, para que termine de dorar la costra de frambuesas (que es la gracia del asunto). 
Los jugos de la carne y la fruta sobrante se desglasan (yo usé cerveza, pero Nigel había recomedado caldo de pollo) y se ponen a reducir con echalotes (o cebollas) y ajos picados (¡y sal y pimienta!), hasta que adquiera el punto que uno quiera. Antes de servir hay que colar la preparación y cortar el dulzor con una buena cucharada de mostaza. 
En fin, yo opté por no usar toda la fruta sobrante, y no me arrepiento porque, repito, el resultado habría sido demasiado dulce. La próxima vez voy a ablandar las cebollas en aros grandes para servirlas después remojadas en la salsa. No me gustan demasiado las carnes salseadas. Pero es una pena, como bien se sabe, no aprovechar los jugos.

Si sobra bondiola para el día siguiente, se pueden hacer sandwiches. Pero eso es otro asunto.




lunes, 17 de agosto de 2015

Fin de semana largo

Aprovechamos el fin de semana largo para ir de compras. Nos gastamos una pequeña fortuna en el supermercado, pero conseguimos cosas que por lo general no hay en el barrio y a las que, seguramente, les sacaremos provecho.
Hice una olla gigantesca de sopa de verduras, que congelé en porciones. Me sobraron algunas hojas de acelga y espinaca, que no entraron en la olla así que esta mañana, que tenía que cocinar todo el día, decidí hacer una tortilla de verduras.
Trocé a mano las hojas de acelga y de espinaca. Los cabos de espinaca los descarté, pero los cabos de acelga los saltee apenas en la sartén con un poco de cebolla y ajo, mientras preparaba la mezcla de verduras, cuatro huevos, y queso parmesano. 
Volque los cabos de acelga en la mezcla y volví a poner todo en la sartén. La tuve que dar vuelta dos o tres veces, para que se cociera bien el huevo sin que la superficie se quemara.
Quedó una tortilla deliciosa que alcanzó para un almuerzo para dos y de la cual sobraron tres porciones que congelamos para otra ocasión, cuando funcionarán de acompañamiento.


 

lunes, 27 de abril de 2015

¡Basta de pelapapas!

He aquí un truco sencillo para no tener que lidiar con los odiosos pelapapas. Dejar reposar unos minutos la papa en agua congelada y luego retirar la cáscara con la mano.

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domingo, 26 de abril de 2015

Finas Hierbas para todo el año

Un poco de cada hierba en manteca o aceite de oliva, para guardar en el freezer hasta que uno quiera usarlas... (recomiendo congelar la menta sin materia grasa, por si acaso uno quisiera usarla para un trago).

 
 
 

lunes, 9 de marzo de 2015

La batalla del enfriamiento

En diez minutos vienen mis hijos a festejar sendas promociones laborales. No tengo cervezas frías, pero sí un truco que conviene compartir con todos los que son tomados por sorpresa. Cualquier bebida (desde una cerveza al más fino vino blanco) se enfría en minutos si uno toma la precaución de, antes de poner la botella o la lata en el freezer, la envuelve con papel mojado.
Lo juro: en quince minutos las cervezas alcanzan su punto justo.


domingo, 8 de marzo de 2015

Salmón con puré de arvejas

De pronto, la gente se ha volcado a la dieta sana. Un amigo ha dejado de tomar alcohol y dice que adelgazó ya 12 kgs. Come liviano. En fin...
Lo invitamos a comer con una entrada clásica: el cous-cous con camarones (pero esta vez sin zuquinis, porque no tenía).
Para principal tenía una penca de salmón rosado, que sellé primero en una sartén bien caliente y puse después en el horno sobre una base de cebollas e hinojos cortados en fina juliana.
Sobre el salmón, piel de naranja y cilantro, sal rosada del himalaya y pimienta negra. Apenas diez minutos de horno (un error, dado el calor que hizo anoche y que la cocción debe ser inmediatamente anterior al emplatado: salí de la cocina chorreando transpiración, lo que nunca queda bien) y a la mesa, acompañado de un puré de arvejas.
Para el puré de arvejas herví una papa en un poco de caldo de verduras, luego retiré y en el mismo caldo agregué quinientos gramos de arvejas congeladas, que cociné durante cinco minutos a partir de que el líquido volvió a hervir. Luego pisé las arvejas, con abundante manteca y un poco de crema. Tamicé la preparación para eliminar las cáscaras (lo que sobró lo congelé para hacer una sopa crema, cuando llegue el invierno) y mezclé con la papa. Tiene que resultar un puré muy suave y de consistencia cremosa. Sal, pimienta y el salmón rosado montado sobre el puré verde, que también podría haber sido de habas, pero en mi barrio no se consiguen.
En cinco minutos no quedaba más que mi transpiración en la mesa.