martes, 8 de febrero de 2022

Niños envueltos

Querido blog: qué abandonado te he tenido. Un poco porque hemos modificado nuestros hábitos alimenticios transitoriamente para bajar de peso. O sea: proteína con ensalada todos los días y eso no da para demasiada inventiva.

Pero como hemos empezado a comprar la verdura semanal libre de agrotóxicos en La comunidad de bienestar, he tenido que recuperar algunas recetas de infancia. En el pedido de la semana pasada vino un repollo blanco enorme, que no iba a durar si lo usábamos sólo para ensaladas. Por suerte me acordé de los niños envueltos en repollo que hacía mi abuela.

Hacen falta: medio kg. de carne de nalga picada (o la carne que uno acostumbre a pedirle al carnicero que a uno le pique), una taza de arroz, un huevo o dos, un poco de queso rallado, el jugo de un limón, condimentos a gusto (en mi caso: sal, pimienta, un poquito de tandoori marsala o, en su lugar curry en polvo, un chorrito de aceite). Todo eso se mezcla bien mientras se ablandan en agua hervida hojas grandes de repollo (tantas como niños envueltos se quieran, pero con esa cantidad de carne salen 12 o más, que sirven para dos comidas).

Una vez frías las hojas de repollo se les corta el tallo duro del medio con un cuchillo (con cuidado para que la hoja todavía sirva para empaquetar) y se rellenan con la preparación de carne. Unos dos palillos en cada envoltorio asegurará que el relleno no se desparrame.

En una sarten generosa (o en una olla de hierro, lo que se prefiera) se prepara una salsa de tomate a gusto (yo le pongo morrón y, naturalmente, hierbas). Es fundamental que quede bastante aguachenta para que al cocinarse el arroz absorba la cantidad de agua que necesita y quede todavía salsa para emplatar. 

Así, no (estos son los míos).
 
Así, sí.
 
 


1 comentario:

lacyrenita dijo...

Había una vez que yo tenía una amiga que a sus 40 años tenía un hijo adolescente. Como si semejante combinación no resultara ya explosiva, ella estaba en pleno proceso de divorcio. Un poco porque esto segundo la tenía trastornada y otro poco porque ella también, en su adolescencia, se había enamorado de un cuarentón con quien sus padres le impidieron consumar el amor, mi amiga se lo tomó filosóficamente cuando su hijo se apareció con una novia de la edad de ella, de mi amiga. Ella, mi amiga, estaba devastada por la herida narcisista (el ex marido de mi amiga le había sido infiel, a mi amiga), pero aun en tan precario estado emocional recordaba muy bien que combatir esas cosas, me refiero a los amores entre “personas que nacieron en décadas diferentes”, era mucho peor que dejarlos enfilar solitos rumbo al desengaño, porque mi amiga se había quedado obsesionada muchos años por aquel veterano con quien no había podido concretar, y lo único peor que la herida narcisista es la obsesión, como lo saben muy bien todos los poetas que no se dedican a cantarle a la luna ni al mar. El cuadro tenía todavía otro ingrediente: la novia veterana del hijo adolescente vivía en Tandil, mientras que mi amiga y su hijo vivían en Haedo. Por lo tanto, los enamorados pasaban un fin de semana acá y otro allá. Mi amiga me asegura que en un momento suyo normal no habría llegado tan lejos en su cometido de no acrecentar la pasión combatiéndola; pero, en aquel entonces, tolerar a la novia en su casa algunos fines de semana le pareció el mal menor. La parejita pasaba el tiempo mayormente acovachada en la habitación de él, o bien en exteriores, aventurándose en la Capital y sus múltiples peligros; pero en algunos momentos coincidían los tres en el hogar y las small talks eran épicas, por los esfuerzos que tenían que hacer los tres para jugar a que no había nada sobrenatural en la situación; esfuerzos, sobre todo, para buscar temas neutrales. Fue así que en un desayuno - la novia en remera y bombacha, porque ella era la única que podía-, el tema fue “mi comida preferida”. Sí. La novia dijo “niños envueltos”. Lo terrible no fue tanto la respuesta en sí como el hecho de que la profiriera sin malicia, sin entrelíneas, sin darse cuenta ni siquiera después, sin que nadie se riera ni a nadie se le volaran los pájaros.
Perdón, Daniel, obviamente el final se veía venir por el hecho de estar al pie de esta entrada, pero tenía que decirlo porque no puedo decirlo en ninguna parte más porque no sé cuánta gente más sabrá hoy en día que son los niños envueltos. Love you.